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 Los girasoles ciegos
Alberto Mendez
Anagrama
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Comentario de Enrique Martín

Si algo nos ha enseñado la literatura a lo largo de los tiempos es que no hay territorios trillados. Temáticas aparentemente agotadas, exprimidas hasta la extenuación, se convierten por mor de una mirada, en un nuevo mundo redescubierto. Por ejemplo, se ha escrito mucho sobre la Guerra Civil española del 36 y cuando parecía que nada nuevo se podía contar, han llegado otros escritores y nos han mostrado ante los ojos personajes ocultos, historias escondidas y sentimientos enterrados. Ocurrió con “El lápiz del carpintero” de Manuel Rivas y con “Soldados de Salamina” de Javier Cercas. Es lo que pasa también con este magnífico libro de relatos de Alberto Méndez.
En “Los girasoles ciegos” se cuentan cuatro historias de perdedores. De perdedores que en la derrota triunfan, porque su sentido de la honestidad, de la ética, les impulsaba a renunciar al engaño y la impostura. Recuerdan aquella frase de “...morir de pie, antes que vivir de rodillas”, pues eso.

En un relato se nos cuenta la historia de un capitán del ejército franquista que un día antes de que terminara la guerra, cuando los suyos iban a ganarla, se entregaba a los republicanos, para no formar parte de un ejército de asesinos. En otro se nos habla de un poeta adolescente que perdido en las montañas lucha denodadamente para salvar la vida del bebé dado a luz por su compañera muerta. En la tercera narración un preso habla y habla, inventando bellas y falsas historias sobre un preso fusilado que custodió en una cárcel republicana y que es el hijo del general que le juzga, para retrasar al máximo la condena a muerte. Y en el cuarto relato una mujer aguanta los embates de un diácono libidinoso, mientras el marido, republicano perseguido, contempla con horror las desgracias de su mujer desde un escondrijo entre dos paredes.

Todas las historias transcurren al final de la guerra civil y en los tiempos inmediatamente posteriores. España era una inmensa cárcel y los vencedores se comportaban con los vencidos con una brutalidad e inhumanidad pocas veces superada. Los vencidos no tenían derechos, no tenían bienes, no tenían futuro. Lo único que les quedaba era su dignidad y muchos la sacrificaron por seguir viviendo, por sacar adelante a sus familias. Méndez pinta este paisaje desolador en el que de vez en cuando se encienden algunas vidas como faros en la noche. Fogonazos efímeros que aún alumbran nuestra memoria. Porque estas historias fueron historias que sucedieron y Alberto Méndez las enhebra –los protagonistas aparecen de pasada en las otras historias- para que la visión sea más contundente, más eficaz.

Hay en el libro, magníficamente escrito, una melancolía abrasadora, una tristeza sin límites, una belleza furibunda. Es el primer libro de Alberto Méndez, un madrileño que durante años se ha dedicado profesionalmente al mundo de la edición y que debuta a los 63 años. Solo podemos decir una cosa: merecía la pena la espera. Ojalá pronto volvamos a saber de él.

 

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