*/ El cajero ...
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Para poner en antecedentes a lectores de otras latitudes y continentes he de narrar el dramático hecho que desde hace unos días es noticia:
La cuestión es que en la madrugada del pasado viernes tres jóvenes, dos de ellos de 18 y un menor de 16 años, mataron a un mujer indigente que dormía en un cajero de la ciudad de Barcelona. Sobre la una de la madrugada los dos mayores de edad procedieron a propinar una paliza e insultos de la víctima, la cual tras abandonar los jóvenes el lugar procedió a cerrar la puerta del cajero por dentro. Posteriormente, tres horas después fue el menor el que llamó a la puerta del cajero, la indigente no reconoció al menor como uno de sus agresores anteriores, le dejó entrar, momento en el que aparecieron los dos compañeros y se precipitaron al interior armados con un bote de disolvente, que, al parecer, sustrajeron de una obra próxima, con el que rociaron a la mujer antes de prenderle fuego.
En la brutalidad del crimen hubo un testigo mudo, la cámara del cajero automático, con lo que tras investigaciones posteriores la policía procede a la detención de los presuntos autores, los cuales causan “sorpresa” a los medios de comunicación y sociedad en general por tratarse de “niños bien”, jóvenes de familias acomodadas, sin vinculación alguna con organizaciones ni políticas ni xenófobas, y que al parecer han obrado en este incompresible acto de violencia gratuita, quizá, “con el único ánimo de divertirse”.
Se aburrían… tal vez porque lo tenían todo, todo menos algo estimulante que hacer, y puestos a buscar alguna experiencia nueva en su vida, se cebaron con María del Rosario Endrinal Petite, tenía 50 años. Había vivido en el barrio de Sants, estuvo casada y tenía una hija, que ahora tiene 24 años. Eso, antes de caer en la indigencia; eso, antes de morir abrasada.
Siempre he pensado, cuando saltan a la luz noticias de este tipo y todos nos conmovemos, que el dramatismo de un acto cruel hace en muchas ocasiones que asumamos como “normal” otro hecho no menos cruel. Y de este modo un hecho salvaje como éste hace que asumamos como normal el hecho de que una mujer de 50 años, en la indigencia deba refugiarse en una cajero para no morir de frió en una noche heladora. Pero esta es a la cruel normalidad a la que nos acostumbramos.
Por otro lado tenemos la figura de los autores, adolescentes que para pasar el rato se ceban con premeditación sobre la víctima… primero una paliza… tres horas para maquinar como volver y que hacer… y el resultado final es acabar con una persona. Luego lamentaciones… “se nos fue la mano”… y llega el momento de la búsqueda desesperada y ridícula de excusas, llegando a decir que pensaban que el bidón de disolvente que utilizaron era agua (... ¿a la que para qué acercarle una cerilla luego si pensaban que era agua?), y la alegación de que estaban bebidos a base de chupitos de absenta (licor que se dice que Van Gogh consumió cuando se cortó la oreja).
Resultado: la sociedad conmovida viendo a lo que pueden llegar a hacer tres adolescentes “normales” que no pertenecen a ninguna etnia peligrosa, no son toxicómanos, no eran peligrosos… eran simplemente unos chicos “normales” posiblemente en una noche de aburrimiento y con ganas de hacer algo nuevo, distinto, hacer algo de eso que normalmente no harían, pero que demuestra que en esta sociedad lo “normal” es meterse con el desvalido, con el débil, con el que no se puede ni defender, del que se puede abusar, y seguro que pensaron que ese no cuenta, a ese se le puede hacer de todo, ese es una mierda y lo podemos pisar, nos queremos divertir… ahí tenemos un juguete, no divertimos y luego lo rompemos… y punto, la vida es así, eso es lo que nos han enseñado.
Seguro que tras este hecho, muchos otros padres de bien miraran a sus hijos de reojo y con recelo y temor pensaran… “¿Qué estaré criando? ¿Qué estaré educando? ¿Qué acto de crueldad gratuita será capaz de hacer algún día? ¿En qué tipo de bestia normal acabará convirtiéndose?...”
Tal vez este sea un hecho no habitual, un hecho extremo, el tono más oscuro, el tono más fuerte del color de la normalidad, pero lo que finalmente intuyo, y reconozco no que encuentro las palabras exactas para expresar lo que sospecho, no sé muy bien como decirlo, es una sospecha latente que esta ahí, que no sé si es acertada y tiene fundamento, pero intuyo, digo, que en el origen, en la raiz de este acto de crueldad gratuita de estos jóvenes convive la crueldad que supone que socialmente veamos normal que una mujer de 50 años, que podría ser nuestra madre, duerma en la indigencia en un cajero donde se refugia para no morir de frío… eso es crueldad, de esa crueldad surgen otras con otras formas… como tonos de un mismo color.
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